Este nuevo número de INMÓVIL está destinado a un tema tentador: fotografiar lo invisible. La idea no es original del equipo editorial; por el contrario, muchas veces se ha hablado de este. La perspectiva sociológica ha analizado cómo la fotografía -fija o en movimiento- recoge aquello que la sociedad no desea ver y prefiere dejar oculto; la antropología, por su parte, ha analizado cómo la mirada del autor, su cultura y sus valores son retratados tanto o más que la realidad capturada en sus fotografías; la poética ya ha propuesto que la fotografía muestra justamente lo que no está, lo no visible en el aquí y ahora; los estudios formales del cine han analizado ampliamente la tensión que crea el fuera de campo -ese espacio no visible pero que sabemos está ahí- ya que al poner en cuadro, antes que descartar lo que no está se lo vuelve más presente. Todas estas perspectivas -y muchas otras- permiten adentrarse en la complejidad y enigma de la fotografía.
En esta oportunidad, INMÓVIL propone sumar otra dimensión del análisis de la imagen cinematográfica: la posibilidad de fotografiar el interior del ser vivo o inerte (subjetivo, onírico, o micro cósmico), enorme desafío que el cine, como experiencia estética y desde sus orígenes, ha procurado alcanzar. En ese desafío, pocas cosas resultan más propicias que ingresar en el mundo íntimo de los demás -de los retratados y de los espectadores- a través de mostrar el cambio de dirección de una mirada, el temblor de un labio, la reacción de la piel, la tensión de un músculo, el crecimiento de una planta, el aleteo de un ave. Son esos gestos o hechos mínimos los que solo el cine (la imagen en movimiento, en general) puede capturar gracias a la tecnología de registro del movimiento que permite acercar -en continuidad- la mirada a distancias que ni el mismo ojo humano podría hacerlo, no solo por una incapacidad física sino, y tal vez, sobre todo, por un condicionamiento social. ¿Quién se atrevería a acercarse tanto a otra persona como para ver la manera en que su pupila se dilata con la luz? Y, aún si lo hiciera: ¿podría ver algo a una distancia menor a los cinco centímetros? El primer plano es el recurso por excelencia para mostrar e ingresar en el mundo interior del otro. Pero es solo uno de ellos.
En esta ocasión presentamos a nuestros lectores un conjunto de perspectivas sobre las amplias posibilidades que ofrece el cine para retratar lo invisible: Mauricio Acosta lo hace desde el análisis de aquello que no se percibe de modo directo cuando se observa una imagen o se escucha un sonido, pero que tiene tanto o más valor simbólico que aquello que se muestra en el cine ecuatoriano, cuando representa al indígena. Andrés Flores habla de cómo en el encuentro del espectador con la imagen es posible captar el interior del personaje retratado y, a la vez, el del propio espectador. José Bruzual aboga por una imagen-poesía que hable desde su Finalmente, Víctor Gaviria, a través de una entrevista realizada en su última visita a Quito, habla de la necesidad de seguir haciendo un cine que haga visible lo que la sociedad se niega a ver.