Recibido: 28 de mayo de 2020 Aprobado: 04 de junio 2021
Francisco Antonio Narváez Iturralde
INCINE
El llamado cine comunitario debe repensarse desde su terminología que segrega e imposibilita su gestión en la contemporaneidad. Isabel Rodas y Gabriel Páez, gestores del proyecto Encuentros con el Cine, en el quehacer de lo que ellos denominan cine alternativo, pero lo que se etiqueta como cine comunitario, se han enfrentado a la necesidad de repensar esta palabra, porque su gestión ha demostrado que desde la llamada comunidad se puede hacer cine de calidad. El término comunitario muchas veces los ha limitado no sólo en ámbitos de sustento económico, sino desde la visión de lo que hacen. Desde la visión de Isabel Rodas, vemos lo ganado de replantear los conceptos, el ganar desde lo humano.
Cine alternativo, encuentros, comunidad, democratización
We need to rethink communitarian cinema from its terminology which segregates and makes its production impossible in our times. Isabel Rodas and Gabriel Paez manage the project Encounters with Cinema. They call their way of working alternative cinema, but it has been labeled as communitarian cinema. This definition makes them rethink how a community can produce cinema with high standards of quality. While the concept of communitarian cinema has been a limitation when it comes to budgets and also contents. These are the reasons why they need to rethink the concept of what makes a communitarian cinema.
Independent cinema, encounters, community, democratization
Se entiende como cine comunitario a las prácticas de inicio del siglo XXI que buscan un espacio dentro de las experiencias hegemónicas de las plataformas mediáticas. Una actividad creadora, utilizando los recursos narrativos del cine o de la producción audiovisual, que se realiza con gran totalidad, dentro de la lógica, la necesidad y la cosmovisión de una comunidad étnica comúnmente alejada de la idiosincrasia de la urbe.
Esta práctica comunitaria, según algunos teóricos, está estrechamente ligada a los movimientos sociales que buscan, a través del formato audiovisual, la concepción de una voz, que muchas veces es solo abarcada, con voracidad, desde la urbe. No solo se abordan temas contraculturales, sino que también se desarrollan prácticas narrativas desde el documental, que evidencian el quehacer de quien busca en el cine comunitario, un aparato expresivo y comunicativo.
Gumucio Dagron, en una aproximación al cine comunitario, manifiesta que es difícil acercarse a estas prácticas del cine comunitario en Latinoamérica y el Caribe, que él denomina como casi invisibles, ya que muchas veces, estas mismas comunidades gestoras del llamado cine comunitario son invisibilizadas en el imaginario colectivo. Gumucio Dagron manifiesta también que hay una serie de retos interesantes para el análisis. Plantea que, si para el cine de autor en Latinoamérica, cine que podría ser realizado con alta calidad técnica y que muchas veces también puede “cobijarse” bajo el nombre de quien lo crea, llegar a ventanas comerciales amerita un reto, no se diga para estas necesidades desde el planteamiento de lo comunitario, muchas veces alejadas de posibilidades no sólo para producir o rodar, sino para exhibir los productos creados bajo esta lógica.
Entonces, ¿Cuál es el espacio que se le da al cine comunitario? ¿A qué futuro aspiran los gestores del cine comunitario para proyectarse en la contemporaneidad? Hay la necesidad de un replanteamiento de la práctica del cine comunitario. Encuentros con el cine propone un revisionamiento, desde la práctica, del cine comunitario. Lo más interesante, quizá, es el enfoque que se deslinda del acercarse con una postura superior, desde la ciudad, a las comunidades, sino que dentro de la misma práctica se lo hace desde la igualdad, desde una micro comunidad que se nutre a sí misma y sobretodo, que en el cuestionamiento abre oportunidades y con ellas se avistan instancias más horizontales.
Isabel Rodas, gestora del proyecto Encuentros con el cine junto a Gabriel Paéz, dista del término “cine comunitario”. Ella prefiere llamarlo “cine alternativo''. Llama a su proyecto “Encuentros”, debido a los encuentros, valga la redundancia, que la necesidad de hacer cine, de contar historias, generan. Estos ocurren entre profesionales de diversas ramas, con el interés de hacer cine y de contar historias que no han encontrado un espacio para ser representadas en las comunidades que Isabel Rodas junto a Gabriela Páez, delimitan para estos “Encuentros con el cine”. El proyecto busca saciar la necesidad de realizar productos de calidad (a pesar de esta etiqueta de cine comunitario con la que están vinculados), que se pueda distribuir en diversas plataformas, festivales e incluso competir con películas de cine de autor. Desde esta lógica, el distanciamiento del término “comunitario” busca ser replanteado hacia el término “cine alternativo”.
Isabel visibiliza varios retos. Identifica una discriminación de ciertas entidades, al pensar el cine comunitario como un trabajo de producción de gente únicamente originaria. También, desde la repartición de los fondos. Dice que para su proyecto Santa Elena en bus, el fondo del entonces CNcine entregaba $20 mil dólares para cine comunitario.
Desde las instancias del sector público para conseguir financiamiento hay una segregación, pues se piensa que el cine comunitario es más barato, se puede hacer todas las etapas con el mismo fondo. A decir de Isabel en vez de evolucionar, el sistema de financiamiento se ha ido para atrás.
El hecho de que un proyecto cinematográfico sea comunitario no significa que sea más barato, desde la experiencia de Isabel, estos proyectos son igual de costosos que un largometraje tradicional en el país. Para una ficción, en su etapa de producción, el auspicio ronda alrededor de los $120 mil, mientras que para cine comunitario ronda los $40 mil para todas las etapas y, desde la experiencia de Isabel, no hay la oportunidad de participar en otros fondos porque se obliga a que se cumpla con “temas comunitarios” que discriminan y segregan, en vez de gestar proyectos del impacto que puede tener el cine comunitario colaborativo.
Encuentros con el cine concibe una realidad muy alentadora, la inclusión. Para ellos, la única manera de acercar el cine a las comunidades y viceversa es a través de la práctica de este ejercicio, pero quizá más importante, de formar. Isabel piensa que no solo se debe buscar becas sino contenidos ecuatorianos. Revela, gracias a los que han caminado en este proceso de ya varios años, que muy pocas personas tienen acceso a salas de cine tradicionales. Es necesario una política pública para esta clase de proyectos debido al potencial que hay detrás.
Para Isabel estos encuentros le han permitido cambiar ciertas concepciones que se tienen cuando se llega de lugares lejanos. La idea por ejemplo del documental del siglo pasado de acercarse a las comunidades y plantar una cámara, como una suerte de espías, ajenos completamente al entorno de lo que se documentaba. Gracias al trabajo de su proyecto, hay más bien la sensación de que hay un equipo de gente trabajando, que incluye a las personas propias del lugar. Para ella, este acercamiento tiene como resultado el empoderamiento de los jóvenes con los que ella trabaja. El cine, muchas veces, y no solo dentro de las comunidades sino también en la ciudad, llega a ser concebido como algo inalcanzable, que solo se hace afuera de estas fronteras, pero para Isabel, poderlo hacer con herramientas propias, brinda la posibilidad de contar historias genuinas; se motiva a un grupo grande de gente a plantearse nuevas posibilidades, como aparecer en una pantalla y ser parte del relato y la producción.
Recuerda que junto a su equipo de trabajo llegaron a Santa Elena con la idea de rodar una “super película” con su “super guión”, pero dejaron eso de lado y pudieron encontrarse con muchas historias locales que necesitaban ser contadas. Decidieron realizar cortometrajes porque querían que el trabajo se viera a nivel de festivales. Al darse cuenta del potencial que tenían este tipo de películas, las estrenaron con la colaboración de la prefectura de Santa Elena en una pantalla gigante al aire libre; el cine que había en la ciudad no aceptó Santa Elena en bus, por lo que lo hicieron en la plazoleta de la ciudad. Se hizo la primera gira en 2012 con la prefectura, pero se consiguió llegar con la película a Ventana Sur, un mercado internacional en Argentina y fue ahí donde se dio un encuentro con un equipo de gente que hacía lo mismo que Encuentros con el cine, pero, en vez de exhibir los proyectos audiovisuales en las plazoletas de las ciudades, esta gente lo hacía con una van. El equipo de Encuentros se asocia con ellos en 2015 y se convierten en los representantes para Ecuador, de Ecocinema.
Con esta nueva forma de acercarse a las comunidades, se hicieron 25 funciones para Vengo Volviendo, (la segunda película hecha por Encuentros) en Azuay. Una anécdota sumamente interesante fue que al exhibir la película en Cuenca, capital de la provincia de Azuay, en una de las cadenas comerciales de la ciudad, Vengo Volviendo llenaba las salas. Pero Isabel recuerda que el público al que llegaron no necesariamente era el público que querían las cadenas formales; había gente que llegaba a Cuenca pagando solo la entrada, pero sin consumir los snacks del cine. Se acabó el tiempo en las parrillas de las cadenas comerciales porque el negocio está en lo que se consume dentro de estas cadenas, mientras que el público al que se llegó prefería comprar algo afuera por los elevados costos. Pero esto no paró la intención que había de compartir lo rodado y se llegó a más gente haciendo funciones al aire libre.
El cine, comunitario o no, crea realidades potentes a través del lenguaje cinematográfico. Se podría decir que quienes hacen cine, pueden remitirse a dos géneros para contar historias. La ficción o el documental. A lo largo de los años, desde la creación del cine hasta la contemporaneidad, se han generado debates sobre si todo entra dentro de la concepción ficcional, ya que, sí, al momento de poner una cámara ante cualquier realidad, se está ficcionando de alguna manera, pero la decisión de remitirse a uno de estos “géneros” permite ciertas concesiones a sus creadores al momento de enfrentarse el proyecto final.
Encuentros con el cine, ha permitido experimentar a sus participantes, en diferentes entregas, con estos géneros del cine. Para Isabel, ambas posibilidades resultan sumamente interesantes al momento de enfrentarse al proyecto. Para ella, en el aspecto que se remite a la ficción pura y dura, inventar o adaptar una historia que “no es real” permite a los chicos participantes de los Encuentros con el cine jugar con las posibilidades de “encontrar” personajes a los que pueden representar, lo que genera una posibilidad de diversificar el “quiénes somos”.
El acercamiento al cine documental permite a los participantes buscar personajes relevantes de cada una de las comunidades en las que se ha filmado. Gracias a esto Isabel cree que ellos mismos, como miembros de la comunidad, se visibilizan ante los suyos y ante el mundo. El género documental es un retrato del quehacer diario, de los saberes de quienes están encuadrando, esto permite exportar conocimientos propios de la comunidad.
Por ejemplo, en una de las historias relatadas en Santa Elena en bus, se ficcionó un matrimonio. Para esa historia se hizo una secuencia de la procesión tradicional que se realiza en Santa Elena, cuando dos personas se casan. De una forma muy natural, según relata Isabel, se juntaron los copleros y se unió toda la comunidad alrededor de la procesión que homenajean a marido y mujer. Mientras que en el nuevo proyecto de Encuentros con el cine, que se encuentra en su fase de post-producción, Isabel manifiesta que se busca, a través del documental, contar lo que hacen las comunidades a las que ellos han involucrado en su proyecto, mostrar soluciones a problemas de conservación y compartirlas con el mundo.
Acercar y no dividir: en los ejemplos antes mencionados vemos la visibilización que se dio no de forma preparada sino espontánea; el compartir de las tradiciones, de los saberes de las alternativas, de la verdad no como algo total, sino como una suma de conocimientos y la elección del más afín a nuestra necesidad. El cine alternativo que se genera en los laboratorios de Encuentros con el Cine se acerca definitivamente a diferentes sensibilidades y variedad de puntos de vista, representados en la puesta en escena o en las historias gestadas del documental. Propuestas más integradoras, con menos distancia desde las entidades o desde los centros académicos, permiten justamente eso: la posibilidad de trabajar desde el concepto real de comunidad y no desde una significancia incompleta de la palabra a la que buscamos remitirnos y a la que no llegamos muchas veces.
Encuentros con el cin, es un proyecto pragmático, se hace en la preproducción, en el rodaje y en la post-producción de las propuestas narrativas que se planean desde la comunidad. Hoy la contemporaneidad se ha visto enfrentada al distanciamiento. La Covid-19 marca un antes y un después. Para el proyecto, Isabel, por motivos de la pandemia, tuvo que realizar una plataforma de educación online, por lo que convocó a gente de dos comunidades, en vez de cuatro como originalmente se había pensado, debido al tema de conectividad al internet, ya que no todas las comunidades tenían el privilegio de conectarse libremente. Sólo pudieron participar las que podían garantizar su presencia virtual. Dentro del proyecto, no fue posible hacerlo todo de forma remota; fue necesario también un taller presencial, de una semana de duración, en el que se trabajó con los equipos técnicos necesarios para realizar la película. El proyecto actualmente está en post-producción pero no se ha podido hacer el estreno al aire libre, que se pospone desde marzo. También ha habido un tema de recortes en los apoyos a la cultura por la pandemia, pero hay cosas que se han podido hacer y el proyecto ha crecido y también se ha aprendido de estas dificultades.
La Covid-19 en su mayoría deja consecuencias negativas, pero ha tenido ciertos aspectos que se pueden considerar positivos. El avance tecnológico, las narrativas de optimismo que algunos festivales como por citar uno, el Nespresso, que busca cortometrajes con historias alentadoras, han permitido que muchas personas creen desde el lenguaje audiovisual, y porqué no decirlo, del cinematográfico, proyectos sumamente interesantes.
Las comunidades alejadas de la urbe, sumidas entre montañas o parajes selváticos donde no llega muy bien la señal de Internet, a qué contenidos verdaderamente tienen acceso. ¿Quién cura el contenido que consumen, que mayoritariamente es televisión nacional ecuatoriana que no sobresale por su calidad narrativa? La propuesta de Encuentros con el cine es la de enseñar a contar una historia propia. Isabel dice que no es que su proyecto sea la panacea de aquel cometido tan noble, pero se aprende en equipos de trabajos, en colaboración. En sus producciones hay temas de calidad, buscan enseñar que la fotografía, el sonido, la música a elegir, cuente. Que todos los elementos narrativos de los que se compone el cine, sean usados para aportar a la narrativa.
Gumucio Dagron, en la publicación digital Procesos colectivos de organización y producción en el cine comunitario latinoamericano, habla de la diferenciación en el uso tecnológico del cine tradicional frente a la propuesta comunitaria. En esta distinción se habla del uso de tecnología de última generación por parte del cine industrializado, con lo que se consigue productos de altos niveles de calidad. Mientras que el cine comunitario es la tecnología la que se adapta a las necesidades cinematográficas de las comunidades, porque de otro modo sería imposible para estos grupos realizar cine.
Sin embargo, en los Encuentros con el cine, gracias al factor educativo, y sobre todo al remanente humano que queda de asociarse en pos de un bien común, hasta ahora quedan equipos que trabajan juntos. Hay muchos jóvenes que después de la experiencia con Encuentros con el cine hacen trabajos en conjunto alrededor del cine, de la fotografía, de la danza, del teatro, de la música. Siendo también ese un componente de análisis y de mérito al replantear la idea tradicional del cine comunitario, ya que además estos encuentros buscan exportar esto a la sociedad: la necesidad y el beneficio de trabajar en equipo. Para Isabel Rodas, este resultado ha sido lo más especial de salir de la ciudad y ha sido clave para no sentirse extranjera en su país.
A pesar de este particular aspecto positivo, la imposibilidad de reunirse masiva y presencialmente, ha hecho que otro de los lados más provechosos de Encuentros con el cine se geste: el poder estrenar la película, porque desde la perspectiva de Isabel, no solo es un acto simbólico y de agradecimiento, sino que es también un acto de suma importancia anímica y de representación. El estreno, en sí mismo, hace que las personas que conforman la comunidad, así no hayan sido cercanas al proceso de rodaje, se den cuenta del potencial que ellos tienen. Sirve como una suerte de motor en las motivaciones de la comunidad a la que se llega, o a la que se hermana solo con la proyección; ya que en este acto no solo hay pertenencia -de quienes viven en las comunidades referenciadas, sino identificación de quienes no pertenecen a ella- sino que reconocen algún rasgo de similaridad. La Covid19 y sus rezagos sociales, de alguna forma, han cortado esa cercanía de virar la cabeza y sonreír al otro por ese reconocimiento de uno mismo en el otro.
En cuanto a ciertos detalles de la selección de quienes conforman los proyectos, Isabel habla de que siempre trata de diversificar los participantes, tienen que ser mitad y mitad. Uno de los cuestionamientos de la contemporaneidad cercana ha sido la reivindicación de la posición de la mujer en las múltiples disciplinas del cine. Desde la ciudad siempre habrá el tabú, conveniente de alguna forma, de que aquellas discriminaciones -por así llamarlas, se gestan más en las comunidades. Esto dista de ser real porque es algo que se gesta en múltiples espacios que no distinguen fronteras espaciales, muchos menos geográficas. Algo muy particular fue la experiencia relatada por Isabel en la que cuenta que en el Azuay era difícil que las chicas se acerquen. Incluso, terminado el proyecto, se consiguieron becas de INCINE y se les dio prioridad a las chicas que destacaron en el proyecto, pero sus padres no les dejaron ir a Quito porque tenían miedo de que sus hijas fueran solas a estar en una ciudad foránea, a pesar de que tenían a disposición una beca que cubría todo, incluso la manutención. Sin embargo, no se les permitió optar por esa posibilidad de estudios.
Al preguntar a Isabel sobre las vicisitudes que puede sufrir una mujer en la industria, afirma que más que las experiencias en sí mismas, es más interesante la reflexión y la madurez que dejan. Manifiesta que las circunstancias relacionadas al género le han permitido cuestionar su rol en el equipo. Considera que sí, hay más productoras que directoras y eso en algún momento le llevó a cuestionar su rol en Encuentros con el cine porque la tarea del productor es muy creativa también. Distingue que es un aporte sumamente creativo, sobre todo en estos proyectos porque se elaboran desde la gestión, donde realmente se arma todo el rompecabezas. Eso finalmente la ha situado en lo que realmente quiere ser.
Desde su experiencia hay un aporte sumamente valioso; para ella la palabra clave es encuentro. Poder trabajar en comunidad no es algo que solo se traduce en salir de la ciudad y dirigirse a otro espacio, donde hay otra lógica. Para Isabel el cine requiere también de las instancias públicas; en el cine ecuatoriano nos hemos acomodado a la existencia de fondos, pero esos fondos se deben respaldar con políticas públicas. No solo se debe trabajar con la gente que está detrás de estas políticas sino con los operativos, los que ponen regulaciones, los que delimitan las bases de un concurso. Estas entidades deberían acercarse a lo que significa hacer una producción cinematográfica porque esa lejanía, ese no saber realmente qué es lo que se hace, en vez de facilitar las cosas, las perjudica. Se deben acercar los dos espacios, tanto los productores del medio, como los entes del sector público, en pos de no solo buscar el beneficio hacia uno de los lados únicamente, sino el beneficio mutuo. Es decir, mejorar de alguna forma la gestión pública, pero también, desde el sector del cine, responder con proyectos que abarquen más y lleguen a más ecuatorianos.
Encuentros con el cine ha permitido a Isabel Rodas la posibilidad de conocer a gente maravillosa, de hacer amigos, de hacer familia; realmente, y sobre todo situándonos en los tiempos modernos, no es algo que se pueda hacer todo el tiempo. Este lujo de poder salir, de poder dejar nuestra zona de confort, nuestra realidad y visionar una realidad diferente, no solo nos enriquece como seres humanos sino que amplía nuestra cosmovisión y nuestra sensibilidad a los estímulos del mundo.
Desde la concepción del renacimiento en el siglo XIX, por una necesidad histórica, el hombre tuvo que ponerse por encima de lo que le “impedía” su desarrollo. Se pasó del teocentrismo al antropocentrismo y desde ese instante, el intelecto ha estado por encima de la sensibilidad. Sin embargo, en la contemporaneidad, la sensibilidad enjaulada de alguna forma, mal entendida, no aprendida, ha buscado su paso hacia la superficie y se ve como ahora valores nuevos empiezan a emerger y el intelecto es un complementario de la sensibilidad.
Se podría entender entonces que hay una necesidad de deslindarse de los conceptos limitantes; en este espacio del siglo XXI es necesario replantear todo. Repensar lo concebido alrededor del cine comunitario abre la perspectiva de dejar que la comunidad contribuya a las sensibilidades con las que ahora se gestan las propuestas narrativas, esto es un requisito en pos de mejorar los proyectos por y para el cine. Pensar en el cine del encuentro es una necesidad imperiosa, menos discriminante y más incluyente. Inclusión que es congruente con las nuevas formas de mirar, de percibir, de democratizar estas prácticas y e crear y ¿por qué no volcarlo todo al cine?